Rincón del surreal

Escritos sobre la vida, la no-vida. Artículos de vaga filosofía.

Archivos mensuales: noviembre 2013

Algunos comentarios sobre el Oz Fest.

Me tomo el atrevimiento de sentar algunos comentarios sobre el Oz Fest, que se celebró el pasado domingo 03 de noviembre en la ciudad de Bogotá. Artistas como Barón Rojo, Rata Blanca, Kraken, Mägo de Oz, etc. se pusieron el vestido del rockanroll para celebrar, por primera vez, este festival que lleva cuatro años. Este año en especial, para conmemorar los 25 años del Mägo y también de Rata Blanca. Quien se moleste, ya sabe qué parte de la mierda comer.

Hay que ser muy incompetente para que un estadio con más de cinco mil personas cante al unísono «¡sonido!» o «¡no se escucha nada!». Es más: hay que ser mil veces incompetente para que pasen cinco grupos antes de la banda principal (el Mägo) y el sonido no es que haya sido reparado, sino que empeorado drásticamente. El bajo sonó sumamente lamentable. Desde lejos se veía al bajista mover sus manos exquisitamente por todo el mástil, pero el sonido no nos traducía lo que tocaba. Es que no se escuchaba nada, sencillamente. La voz parecía de iglesia grande y pobre: se perdía a los diez metros. Iba con el miedo a que el nuevo cantante del Mägo, Zeta, se escuchara muy diferente a José Andrëa, quien se transformó en la imagen aparente del grupo. La diferencia no se sintió. ¿Y es que cómo se va a sentir? Si no se escuchaba nada. Parecía un concierto de punk: puro ruido y distorsión. Las guitarras no tuvieron el papel protagónico que suelen tener en el metal, pero estuvieron más o menos aceptables. Y, si la batería de Rata Blanca se escuchaba tremendamente, la del Mägo de Oz fue una porquería completa. Lo lamento porque el integrante que más admiro de todos esos grupos es Txus di Fellatio, el baterista de la banda principal.

La venta de boletería estuvo muy mal equilibrada. En el concierto, habían tres costos de boleta: la más barata se encontraba en la parte superior del estadio, la de la mitad en los costados del palco de abajo y la más costosa, que se encontraba justo abajo del escenario y al frente de este, en el mismo palco del anterior costo. Pero no se vendió. Y si sabían que no se iba a vender en su totalidad, ¿por qué dejaron TODA la parte céntrica de los palcos -que es donde mejor se ve- vacía, en vez de trasladar un poco más al centro a los de los costados? Termina siendo ridículo desaprovechar los mejores puestos para ver el concierto, aparte de que pudieron evitar una catástrofe como la vivida: miles de personas se levantaron de sus puestos para dirigirse a la salida del palco, para andar hasta la parte VIP, en pro de tener un mejor sitio (y qué mejor sitio). A través de patadas y puños entre los metachos y la gente de logística y la polizía nazional, se abrieron paso como un pueblo enfurecido, dejando atrás rabias, golpes y sangre. La organización del evento fue un fiasco.

Y esto se vio, además, en los tiempos que cada banda tenía para tocar. El orden fue así: primero la banda Krönös (que los conocerá su puta madre), luego Sherpa (más de lo mismo), Bürdel King (banda alterna de Txus di Fellatio), Barón Rojo (que me llama la atención, porque en las camisetas que vendían con todas las bandas del concierto, no aparecen), Kraken, Rata Blanca y Mägo de Oz (último paréntesis para preguntar qué putas tienen las bandas de metal con las dïérësïs). Rata Blanca es un grupazo -creo-, una imagen del metal Latinoamericano y lo que quieran, pero aquí en Colombia la voz de Elkin Ramírez es sumamente más codiciada que la de la banda argentina. Cuando Kraken salió al escenario, el ambiente fue fenomenal, además porque se hicieron un conciertazo. Tenía pensado morir sin ver a Kraken, pero hoy me retracto totalmente de ello. Impresionante el poder que la banda paisa demostró (entre el sonido de mierda, claro está). Tocaron todas sus canciones famosas: Escudo y espada, Sin miedo al dolor, Vestido de cristal, No me hables de amor, Lenguaje de mi piel, Frágil al viento, Silencioso amor, Muere libre y muchas más, que se me escapan. Pero luego de tremenda banda, llega otra que, después de sus veintitantos años de trabajo, aún -para mí-, se queda en un «prometen».  Lograron que todo el estadio se sentara a oír sus voces y, por única vez en todo el concierto, el sonido de una buena batería. A mí y a toda la gente de mi zona nos durmió increíblemente. Si Kraken nos dejó sudando y con cansancio, Rata logró transformar ese cansancio en sueño. Lo único interesante de Rata fue el final. Mujer amante fue la penúltima canción y, tras ello, La leyenda del hada y el mago: las dos canciones insignia del grupo albiceleste. No obstante y rectificando el sonido de mierda, al final de la canción, en el solo, el guitarrista sufrió un imprevisto y se cortó la conexión de la guitarra con el amplificador, dejándonos sin el solo final. Para darnos un poquito de lo que queríamos, empezó a tirar la guitarra al cielo -me recordó los años mosos de Kurt Cobain (sus últimos dos antes del suicidio)-, golpearla con el amplificador que se dañó, destruirla, y tirarla al público. Fue lo más impresionante de su presentación.

Todo esto para llegar, por fin, a la mayor cagada del Oz Fest en Bogotá, que además demuestra la incompetencia de las organizadoras criollas frente a un festival que ha logrado volverse importante en el mundo rockanrollero.

El tiempo que duró on stage Rata Blanca fue ex-tre-ma-da-men-te laaaaaaargo. Parecía la banda principal, y nadie de la organizadora les dijo u-na mier-da. Cada minuto que pasaba, Rata nos quitaba tiempo de la presentación del Mägo y todo el público lo notó, al no tomarse la molestia de pedir «¡otra, otra!». Inició a las 10:45 de la noche, si mal no recuerdo, con la increíble energía hippiemetalera que la banda principal ha metido en nuestros corazones. El sonido empeoró a raudales (es que pareció que le prestaron más atención a Rata que al Mägo) pero ya todos desistimos de luchar contra la ineptitud y disfrutamos de la flauta, el violín, etc. que nos ofrecían los españoletes. Hasta el rondador, instrumento insignia colombiano, fue tocado en nombre de Gaia y la libertad. Ya habían tocado canciones conocidas como Adiós Dulcinea, Molinos de viento, Hasta que el cuerpo aguante, La danza del fuego y hasta un solo en bajo de Nothing Else Matters, y todos sentíamos que se acercaba el final y con él, las mejores canciones del Mägo, cuando todas las luces del coliseo cubierto el Campín se encendieron y la gente, molesta, empezó a irse a las doce de la noche. No terminaban de tocar una canción no muy conocida (no me pregunten el nombre) cuando las directivas del coliseo decidieron apagar el sonido de mierda y dejar al Mägo de Oz sin terminar su concierto. Tristemente, parecía que teníamos que irnos con una canción que no conocíamos y con el sinsabor de no haber escuchado las mejores del grupo principal. A través de los amplificadores de retorno (sí, los que usan los artistas para escucharse a ellos mismos) escuchamos Fiesta pagana, en donde tuvieron que acercar el ÚNICO micrófono que tenían al violín, a la voz de Zeta y a la guitarra. La batería jamás se escuchó bien, y mucho menos ahora sin altavoz, pero todo el público ayudó al gigantezco Txus a tocar con las palmas. Al final, una canción sin la nueva voz del Mägo, pero sí con miles de aficionados despidió un Oz Fest repleto de errores, desorganizaciones y colombianadas, en general.

La realidad colombiana es que le prestamos más atención a Justin Bieber, a quien lo escoltan para hacer una pintada de mierda, que a siete grupos (cuatro de ellos importantes en talla mundial) representativos del metal y el rockanroll. Juzguen ustedes lo bueno del concierto.

El sinsabor de los inmortales

La luna está enamorada del mar. Por eso le obsequia, todas las noches, su flemática tonalidad, para que los amantes se puedan recostar en la playa y cantar con sus ojos los agradecimientos al amor.

El sol está enamorado de la tierra. Por eso con sus rayos le da vida a la caótica, pero perfecta naturaleza. Todo el tiempo le dedica su más preciada energía, para transformarla en vida y tener algo por lo que enamorarse.

La vida está enamorada de la muerte. Por eso la única seguridad de la primera, es la segunda. Sólo hay una certeza a la hora de nacer, y es perecer. Lo que emana desnudo muere desnudo, por más ropa que lleve encima.

Los inmortales sienten celos de los mortales, porque ellos no entenderán la tonalidad del mar transparente, ni sentirán la energía del sol, ni se reirán de la paradoja de la vida, ni le temerán a la muerte.

Ellos saben, muy en el fondo, que el único dios es el amor, y que no lo sentirán por no saber qué mierda es el miedo a la muerte.